Soy más que mis pensamientos y emociones. Relatos inspiradores (Mindfulness III)

Además de la metáfora de “Los muebles y la casa” del post Mindfulness II, hay otras dos que utilizo mucho cuando trabajo.

La primera es un texto de Ramón Carballo que transmite magníficamente lo que significa ir hacia dentro cuando nos sentamos a meditar, así como el concepto de des-identificación de emociones y pensamientos. Yo la titulo “Olas y nubes”:

«Recuerdo un día el pasado verano en que practiqué inmersión submarina. Amaneció nublado y con un mar encrespado que sometía mi barca a un continuo vaivén. Me coloqué las bombonas de oxígeno y me sumergí durante largo tiempo; a medida que descendía, el mar se tranquilizaba y, en la profundidad, el agua estaba en una absoluta quietud, muy diferente al continuo oleaje que había en la superficie.

Cuán similar es el mar al mundo de las emociones –pensé-, si nos quedamos en la superficie, con nuestra atención apegada a lo que llamamos mundo exterior, los cambios continuos de éste nos provocan emociones contrapuestas; nos alegramos cuando viene a nuestra vida algo que nos gusta y no entristecemos cuando se va. A veces, pasado el tiempo, odiamos aquello que tanto creímos amar, y lo mismo que nos atrajo a una edad, nos desagrada a otra; lo que un día nos alegra, otro nos entristece y, cuando tenemos el valor de enfrentarlo, acabamos riéndonos de lo que temíamos.

En al superficie del mundo emocional, el oleaje suele ser continuo; rabias, culpas, tristezas, miedos, preocupaciones y alegrías de mayor o menor intensidad, que, a veces, son chapoteos suaves que someten a un ligero vaivén la barca de nuestro yo, y otras, son olas de ira, miedo o tristeza de 6 o 7 metros que amenazan con hundirla. Pero si nos sumergimos a suficiente profundidad, en el interior de nosotros mismos, el océano de nuestro corazón está en una calma imperturbable en donde reina una paz que trasciende el entendimiento.

Al terminar mi inmersión, me tumbé en el suelo de la barca para descansar mientras miraba al cielo. El mar estaba más tranquilo y negros nubarrones pasaban por el cielo empujados por el viento. A veces, entre alguno de ellos, se veía un retazo de cielo azul.

Siempre hay viento en nuestra conciencia que empuja las nubes de nuestros pensamientos. Unas veces, el viento es fuerte y los pensamientos desfilan rápidamente ante nuestra atención; otras, el viento se tranquiliza y nuestros pensamientos se detienen más tiempo… pero siempre pasan; aparecen sobre el cielo azul de la conciencia, están un tiempo… y se van, dejando paso a otros, en una secuencia interminable. Algunos de ellos son negros y amenazadores como nubes de tormenta, otros son delicados y bellos como rosadas nubes de algodón en un atardecer dorado; pero el cielo azul siempre está entre ellos o, en los días nublados, sabemos que, atravesando las nubes y por encima de ellas, el Silencio del cielo está siempre ahí, inmodificable.

Mientras lees las palabras que están enfrente de ti, observa el papel blanco sobre el que están escritas, sin él no serían posibles; así, el superficial oleaje de las emociones se sustenta sobre la paz del fondo del océano del corazón y las nubes de los pensamientos, rosas o negros, desfilan siempre sobre el silencio de nuestra conciencia.

Si nos identificamos con nuestras emociones o con nuestros pensamientos, seguiremos el ilusorio destino temporal de lo que aparece, está un tiempo y desaparece. Podemos dirigir la atención hacia el fondo del corazón y mirar el eterno azul de la conciencia, en donde están la paz y el silencio de nuestro espíritu».

La segunda metáfora, tomada de un curso de Carmen Luciano al que asistí, la llamo “El bus” y se refiere más al cómo actuar según mis valores independientemente de lo que sienta o piense en ese momento.

Os introduzco otra comparación previa al respecto: “hoy tengo que fichar en el paro y está jarreando… ojalá hiciese 22º y sol… pero iré de todas maneras porque no quiero perder la prestación”. Es decir, mi estado emocional y mental es como el tiempo: no lo puedo controlar pero no tiene por qué condicionar mi hacer si éste es importante para mí.

No obstante, antes de dejaros con “El bus”, quiero aclarar y subrayar que pensamientos y emociones son esenciales en nuestras vidas y que debo conocer cómo funcionan en mí para poder realmente vivir mejor (de hecho, algunos budistas hablan de la necesidad de los occidentales de psicoterapia para avanzar en la meditación). Lo que intento trasmitir con estas metáforas es la importancia de no identificarme con ellos.

“Las emociones son el recurso del que disponemos para ir destilando las experiencias en nuestro paso por la vida. Reconocerlas, expresarlas y responsabilizarnos de ellas da color y profundidad a nuestras experiencias” (Aula Gestalt).

Nos quedan aun pendientes muchísimas cosas pero la siguiente que trataré serán las técnicas de meditación en acción porque para los que sois muy nerviosos os puede ir mejor comenzar por aquí antes de pasar a la meditación sentada. Hasta entonces, trabajo no nos falta 😉

“El bus: En la vida vamos conduciendo un autobús por la carretera que lleva hacia nuestras metas (etapas)  orientados por nuestros valores (mi “norte”). Llevamos unos pasajeros revoltosos, que son nuestros pensamientos, sentimientos y emociones.

Todos ellos son catastrofistas: «si sigues ese camino vas a sufrir mucho», «no merece la pena”, “te vas a estrellar», “se van a reir de ti”, “no eres capaz” etc. Y además nos dicen implícitamente: «tuerce ya», «haz lo que sea para evitar el sufrimiento».

Tenemos varias alternativas: 1. Discutir y decirle que se calle. Como ya se ha mencionado, no se puede dejar de pensar en algo, es decir, no podemos callar el pensamiento, y, además, podemos perder de vista nuestra carretera y tener un accidente o chocar.

2. Hacerle caso y torcer. Pero no llegaremos nunca a donde queremos ir.

3. Escuchar su amenaza pacientemente y no hacerle caso a las acciones que nos propone para evitarla, es decir, no torcer. No podemos dejar de escucharle porque chilla mucho, pero se trata de seguir conduciendo por la carretera por la que queremos ir. De esta forma nos habituaremos a la ansiedad que nos provoca su amenaza. Finalmente, si durante mucho rato no le hacemos caso, el pasajero molesto  se sentará tranquilo en el fondo del autobús, aunque de vez en cuando volverá a darnos la lata». 

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