Mi 2025 en cinco puntos

¿El año comienza en enero o en septiembre?

En el post de despedida de 2024 os compartía un texto de Carmen Laforet sobre la Navidad. Este 2025 os dejo abajo otras letras suyas sobre sus cambios de año.

En todo caso, como a mí me motivan los principios, pues me suelo apuntar a ambos.

Sin embargo, es en estas fechas cuando me paso por aquí para compartiros algún retazo de mi año.

Esta vez solo son cinco “bullets points”:

Jaja, no me voy a herniar con esta publicación. No.

Pero esta brevedad va en línea con mi retiro de las redes, TecleoLento incluido. Y es que todavía no he decidido cuando volver a la newsletter.

Cada vez estoy más convencida de la importancia de escribir para uno mismo. Pero el compartir en un mundo de tanta saturación me genera contradicciones que todavía no he resuelto. Y más, cuando a mis dedos les resulta tan complicado teclear y a la IA entender mi voz.

En fin, con estas pocas líneas, despido el año y os deseo que paséis unas buenas fiestas.

Cuidaos mucho 😊


Texto «El principio» de Carmen Laforet (29 de octubre de 1949)

Tengo ahora, en otoño, la sensación despejada, de agradable claridad en las ideas, que solo el agua fría, en la mañana, es capaz de proporcionarme. Me doy cuenta de que comienza un ciclo nuevo de la vida, un nuevo año. Proyectos, ilusiones, vienen a mí naturalmente. Jamás los hago en esa fecha forzada del 1.º de enero. Nunca lograré asimilar la idea de que en mitad del invierno empieza el año

Para mí el otoño es la llegada. El principio.

Si tengo un libro entre las manos… Un libro que yo quiero hacer, claro está, y que aún no es más que un montón de cuartillas blancas, desparramadas y un hervidero de imaginación… Si quiero imaginar una acción que comience coincidiendo con una nueva etapa en la vida de un ser humano, no tengo más remedio que imaginarme a esta criatura despertando a la vida de mi imaginación, en un cuadro de tiempo de otoño.

Esta primera ráfaga de aire frío, la primera hoja volandera, la primera chaqueta de abrigo que uno se coloca sobre los hombros, son para mí como llamadas no hacia un sueño, un letargo invernal, sino hacia la vida, la acción, el trabajo voluntario.

En el otoño, las mujeres a quienes un tren nos deja en el corazón de la ciudad donde vivimos, nos quedamos un momento desorientadas entre un montón de maletas y de chiquillos tostados, en una casa que, al entrar, no parece la nuestra de siempre, que nos hace el efecto de que es mayor o de que se ha encogido, que está desconocida con sus fundas blancas, con sus ventanas desguarnecidas… Pero que, nos parezca bien o mal, empieza a gritarnos, a reclamarnos urgentemente por las mil bocas de sus sillones que necesitan nuevo tapizado, de sus paredes que quieren pintura fresca, de sus armarios que se asfixian y necesitan aire, y los suelos cera, y la carbonera carbón… Y la ventana de la despensa, una ventana pequeña que se quedó abierta y que los temporales han zarandeado, necesita un nuevo cristal… La llegada del otoño es tan atareada como la llegada del día, y dentro de esta tarea, tan alegre, porque salimos de un descanso, de un sueño, y estamos preparados para lo nuevo que nos viene encima, que nos llama, como nos viene encima y nos arrastra el oleaje en una orilla.

Tengo ahora, en otoño, la sensación despejada, de agradable claridad en las ideas, que solo el agua fría, en la mañana, es capaz de proporcionarme. Me doy cuenta de que comienza un ciclo nuevo de la vida, un nuevo año. Proyectos, ilusiones, vienen a mí naturalmente. Jamás los hago en esa fecha forzada del 1.º de enero. Nunca lograré asimilar la idea de que en mitad del invierno empieza el año… La frase «el año pasado» la aplico ya, inconscientemente, desde octubre, si hablo de los recientes meses de verano. Inconscientemente también, en enero sigo diciendo «este año» si me refiero al último noviembre. Si yo no hubiese nacido en otoño, creo que seguramente me quitaría o me aumentaría la edad, según la época. A veces, hablando con amigas queridas, me doy cuenta de que su despiste personal en estas cuestiones proviene de no haber nacido en el natural comienzo del año…

Ya sé que, a pesar del cúmulo de sensaciones que a mí se me antojan razonamientos de peso, para opinar sobre el otoño de esta manera, no todo el mundo lo ve así, como un principio. Hay montones y montones de hojas de papel escritas —y a veces maravillosamente escritas— para hablar del otoño como el crepúsculo del año, para hablar de su melancolía y de la sensación de acabamiento y de serenidad que producen sus suaves y bellos colores —esas largas y anchas pinceladas de tonos rojizos, tabaco, azul pálido…—. Y hay montones y montones de cuartillas escritas en el mundo —muchísimas también de primera calidad—, para alabar como principio de año la primavera con su glorioso resurgir de la naturaleza…

Sí, es verdad. Hay un nacimiento de vida en primavera para los bosques. Un nacimiento de la vida puramente sensitiva. Hay seres que al llegar el otoño empezarán, por el contrario, a adormecerse en un sueño que durará todo el invierno… Pero para nosotros, los hombres y las mujeres de la ciudad, el otoño es un despertar, el invierno una dura, una vital lucha, a la que la primavera estorba, a la que el verano sirve de descanso, de bien ganado sueño…

Es muy posible, ya lo he dicho antes, que estas sensaciones mías no encuentren eco en ustedes. Pero, para mi modo de ver las cosas, sería una descortesía grave no desear a todas, en esta época, un feliz año nuevo, con mucha tarea para realizar, y con muchas ilusiones.

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