Cada diciembre me paso por este blog para contaros algo de mi año. Pero este he roto la tradición y lo he publicado en la newsletter que comencé en septiembre de 2023. Os animo a leerlo ahí.
No obstante, no me resisto a nombrar aquí algo que me ha hecho muy feliz: la publicación de mi segundo libro, «La mente es software» con Ediciones Eunate.
Podéis ojear toda la información en el apartado «libros publicados» de esta web.
Y como son días de mucho movimiento, también para mí, he optado por recuperar textos antiguos para este post anual.
Así yo respiro y vosotros podéis guardar este artículo para ese momento en el que decidáis tiraros en el sofá y hacer una pausa. Entonces podéis ojear los títulos y ver si alguno os puede servir en ese ahora.
También os copio para nostálgicos, o enamorados de la Navidad (enamorados significa también dolor, recordad), un texto de Carmen Laforet de su libro «Puntos de vista de una mujer».
Pasad unos bonitos días, o sobrellevarlos lo mejor posible
Con mis mejores deseos,
Mercedes.
Textos antiguos
Minimapas para la Navidad, que incluye:
- Reuniones familiares navideñas
- Odio la Navidad
- Navidad desde el corazón
Mundo de belenes (por Carmen Laforet, 24 de diciembre de 1949)
Arrojóme estrellas del cielo
por la Pascua de Navidad,
arrojómelas y arrojóselas
y volvióselas a arrojar.
—VALDIVIELSO, Romancero espiritual
Nada más literario que el cielo de Navidad… Nada cantado con más amor de los hombres que esta fecha repetida, en que parece que las frías noches resplandecientes, que las blancas nubes en que se fijaba Maragall, y que pasan como fantásticas decoraciones en una fiesta mundial, y que hasta el aire de los campos se llena de signos cándidos y entrañables.
Todo cabe en el mundo de un Pesebre. Desde copos de nieve sobre palmeras cálidas hasta la castañera de la esquina de nuestra calle, colocada allí, al paso de los Reyes Magos, como ofreciéndoles su mercancía. Caben lavanderas en ríos donde se bañan patos de celuloide, que, comparados con ellas, tienen por lo menos la corpulencia de un elefante. Caben pastores bailarines y niños degollados, caben casitas diminutas, con sus supuestos moradores sentados delante, mucho más altos que sus puertas. Caben personajes de ciudad —carniceros, panaderos— instalados en pleno risco. Cabe la representación de un mundo fantástico, amoroso, unido en figuras de hombres, de animales y de plantas de todas las latitudes. Un mundo donde la escarcha no hiela, sino que ilumina y abrillanta el conjunto.
Y si así son, porque así hacemos, nosotras, las mujeres, la mayoría de esos Nacimientos familiares, fantásticos, que mientras más extraordinarios y abigarrados nos resultan, más nos gustan y más les gustan a los chiquillos que nos miran… también es verdad que todo, en estos días, nos parece un mundo de Pesebre.
Si salimos al campo y no hay nieve, encontramos rebaños, charcos helados, pavos pastoreados en manadas que se dirigen al mercado conducidos por un pastorcillo cuyo sombrero de fieltro, cuyos colores, son iguales a los de la figura de yeso que por la mañana hemos colocado milagrosamente sostenida en un risco de corcho con musgo. Todo es Navidad. Los escaparates brillantes, las narices enrojecidas sobre las bufandas, por el aire vivo, los ojos preocupados de los que están pensando en la paga extraordinaria, aún no cobrada y ya gastada con creces en adquirir estos dulces coloreados, en estas fantasías navideñas, tan apetitosas, tan gratas, tan necesarias a la vida una vez que la vida se ha hecho a ellas.
Navidad es una fiesta que agrupa en familia hasta a los más solitarios. Una fiesta alimentada por las mujeres de todos los países. Un canto al matriarcado universal y a su gran misterio divinizado.
Navidad sujeta a los vagabundos y a los que quisiéramos ser vagabundos, y nos sujeta con una extraña felicidad infantil, metiéndonos en su cálido, en su brillante alegría, a todos los humanos en confusión tan grande y tan simpática a un tiempo como lo de las figuritas absurdas de los Nacimientos.
Lo mismo que un pato de celuloide puede ser mayor que la lavandera de yeso que lava su ropa en ese río que es el espejo del cuarto de baño, transformado para la ocasión, lo mismo vemos a un hombre barbudo, grande, con los ojos tristes delante del escaparate de una dulcería porque no puede llevárselo, así, entero, a su casa, él, a quien los dulces no le gustan gran cosa y que en otras épocas del año suele pensar más en sus propios gustos que en los de toda su familia. Y sobre todo en la familia, así, en conjunto.
Pesares y alegrías de chiquillos reunidos alrededor de la madre. Navidad, sentimos todos estos días. Imposible sustraerse al escándalo de una chiquillería numerosa, y aislarse de ella en una casa. Imposible, también, en Navidad, aislarse de su ambiente, de su abigarrado encanto, de su repetida ternura anual. Prosa diaria: escaparates de comestibles en todo su apogeo, y poesía y literatura se combinan para acosarnos, para hacernos bailar en su bullicio.
Si desde la animación de las fiestas, aquí, en la tierra, levantamos los ojos al cielo; las blancas nubes de las poesías de Maragall, las estrellas del romancero de Valdivielso, nos parecen juguetes para adornar mejor el Belén de nuestros chiquillos.