Mis letrillas en la Revista Anual de la Asociación Española de Terapia Gestalt

Feliz de encontrarme entre las páginas de un ejemplar tan interesante 😀 Os dejo aquí mi artículo, densillo dado el carácter de la revista. Ya me diréis qué os parece 😉 (Más información en ww.aetg.es)

LO DIFÍCIL… QUÉ ES REALMENTE LO DIFÍCIL? revista-gestalt-2015

Esta mañana, mientras me vestía, se me ha hecho consciente el esfuerzo que me supone esta tarea diaria.  Le ocurre a todo el mundo –he pensado–: cuando uno está triste, la vida es un cuesta arriba.

Sin embargo –he continuado diciéndome–, antes no me pasaba…bueno, me pasaba de otra manera… pues no me enteraba de lo que me ocurría por dentro.

Y, con este darme cuenta, he montado en mi silla de ruedas… rumbo al día.

Desde mi nacimiento –quizá antes, quién sabe–, la dificultad ha estado muy presente en mi vida debido a una parálisis cerebral. Factores objetivos de dificultad tenemos todos. Éste es uno de los míos. El más visible, naturalmente. Y al serlo tanto, sirve muy bien para evidenciar los enredos que tenemos los humanos con la dificultad. Por ello en este texto lo voy a tomar como punto de partida para trastear con el concepto de lo difícil como parte de la vida.

Recuerdo un perro, que solía ver cuando salía de terapia, que le faltaba una pata… yo con mis omelettes y él tan feliz. También recuerdo cuando Patricia Carmona, con una tetraplejia por un accidente de gimnasia deportiva, decía en una entrevista que lo para ella antes era hacer un triple mortal, ahora lo era ponerse un calcetín. Y justo ayer leía a otro chico comentar: «Para llevar una vida normal, si eres discapacitado, tienes que tener madera de héroe. Se nos exige demasiado. Para estudiar una carrera, para encontrar un trabajo… Y algunos no somos héroes».

Vemos entonces cómo lo real y lo imaginado se amalgaman. ¿Cómo separar la dis-capacidad objetiva de la minus-valía construida en mi ego? Y extrapolemos ahora por analogía a la palabra dificultad… complicado el desunir, no, imposible. Yo hablo mal; y hablo igual de mal que hace unos años; sin embargo, antes me suponía un esfuerzo titánico dar, por ejemplo, un taller y ahora disfruto en la mayoría de ellos.

Además ¿qué es dificultad? La RAE dice que es algo que impide hacer otro algo bien y pronto. Una gacela escuálida por una larga sequía está en una situación difícil; otra brincando por un vergel, no.

Así que a priori, pudiera parecer que lo diferencial es el esfuerzo (de hecho, en la definición de “difícil” aparece la palabra “trabajo”, es decir, se nos habla de un “objetivo” que requiere esfuerzo, energía).  Pero a la mayoría de  nosotros nos gusta pasar a un nivel de mayor dificultad en un videojuego, resolver un acertijo que nos parecía imposible y hasta a algunos escalar una  pared  de roca o correr una maratón extenuante; a la vez que a veces tenemos dificultades para no hacer nada o para disfrutar.

Entonces, a nivel vivencial ¿qué es la dificultad? ¿Tal vez lo doloroso? Puede que lo que diferencie lo difícil en un animal y en un hombre sea la resistencia de éste último a aceptar lo que es, convirtiendo en consecuencia el reto y la oportunidad de desarrollo en un valle de lágrimas (frustración, desesperanza); y el dolor en sufrimiento.

Pero… como se desprende de esta última frase, la experiencia de lo difícil en el ser humano no es en sí el sufrimiento sino la resistencia a aceptar lo que es… lo que además se comprueba, por ejemplo, en la dificultad neurótica para parar de sufrir.

La vivencia de dificultad vs la vivencia de reto se caracteriza, por otra parte, según mi opinión, por la sensación de impotencia a la hora de parar mis automatismos: y sirva para evidenciarlo la incapacidad percibida para disfrutar en aquellos dominados por el Perro de Arriba (en terminología Gestalt).

Es cierto que en la actualidad hay un ímpetu a lo fácil, a lo rápido, a evitar lo disfórico.  Pero en generaciones pasadas no era así. Lo difícil, este parar los automatismos, en consecuencia varía según épocas, culturas, personas, incluso momentos.

Y mi hipótesis es que, en realidad, todos nos defendemos ante lo difícil, incluso complicándonos la vida hasta lo absurdo, porque hacemos lo que sea para evitar acercarnos a la consciencia de lo que realmente hay: cargados de preocupaciones de trabajo, hijos… o de un ocio de no parar con deportes, viajes, combinado con eficaces anestesias (sumándose a las tradicionales, hoy, las “pantallas”)… o precipitados saltando de meta en meta… o arrastrados por rumiaciones culposas, quejosas o de venganza… o viviendo “para” los demás o tras algún otro ideal… la cuestión es huir del vacío y no ver lo que uno realmente sabe. Es decir, me resisto a parar mi funcionamiento de siempre (aunque me haga sufrir) por el pavor a la nada o a lo que pueda emerger entonces. Por lo tanto creo que lo más difícil para el ser humano es avanzar en el camino de la consciencia.

La dificultad puede hacer progresar y así ocurre en la naturaleza, donde periodos de fluir y periodos de crisis juegan al balancín. El esfuerzo ha protagonizado mi vida… esfuerzo para ser querida, aceptada, reconocida. Pero esto ha llevado al castigo del cuerpo y a la disociación de las emociones. Y la auténtica dificultad está en ir ampliando consciencia para hacer de la existencia un lugar más habitable para mí y el otro… consciencia que yo hago equivaler a escucha.

Concluyendo… para mí, la dificultad esencial está en aprender a escucharme. Aprender a escucharme para ir tanto descubriendo las “piedras” con las que siempre tropiezo –mis maneras de hacerme daño y hacérselo a los demás-, como para ir explorando mis posibles “nortes” siempre sujetos al feed-back del entorno y mío propio para cambiar el rumbo.

Según me escucho mejor, voy conociendo más los filtros que distorsionan lo que percibo y así, en círculo de retro-alimentación positiva, voy aprendiendo más y más a escucharme. Y cuando digo a escucharme incluyo escuchar al otro –al entorno, a la vida– y de esta manera percibir más adecuadamente sus indicaciones.

Escribí en otro lugar:

Vivir es bailar con la existencia.  La danza es escucha… escucha de mí, de mi compañero y fundamentalmente de ese algo que nos engloba a ambos. Mi compañero puede ser otra(s) persona(s) y/o la música (o cualquier otro “otro”, como tal vez un bosque)… él hace algo a lo que yo respondo que a su vez influye en el siguiente movimiento… y si me dejo, me podré dar cuenta de que he conectado con un flujo impersonal donde “sujeto-objeto” desaparece. No es ya pensar qué quiero, sino contemplar, concienciar, el deseo. 

No soy sin el otro. Y la dificultad en escucharme está en tener que pasar por ahí, en tener que aceptar lo que hay. Un aceptar que implica responsabilizarme de las consecuencias (para lo cual hay que verlas) de mis actos en mí y en mi entorno, dejando a un lado la culpa paralizante y continuando en el impulso de vida que hace al hierbajo crecer a través del asfalto. Y un aceptar que implica sostenerme, cuidarme, yo a mí misma, poniendo así cierta distancia con la alienación al otro que me constituye.

Qué complicado es saber escucharme cuando hay marejada de emociones y cravings… que parecen imponernos viejos mapas… y levantan ensordecedores pensamientos perturbadores… qué difícil es entonces atravesar mi sofisticado mecanismo egoico y escucharme a mí, al otro, a la vida…

Pero parece que ése es el camino… al menos el mío.

“Escucharme – actuar (el ‘no hacer’ incluido) – sostenerme en las consecuencias – escucharme, de nuevo, elaborándome – y vuelta a empezar.”

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